Alejandrina Cué
Alejandrina Cué González es una incansable artista que jamás ha puesto frenos a las posibilidades creativas de que están dotados su intelecto y sus manos. La gran sensibilidad e inquietudes artísticas que la distinguen la han llevado a experimentar en variados campos de la creación, tales como la poesía, la pintura, el diseño, la cerámica. En cada uno de estos ámbitos ha incursionado sin desdeñar las posibilidades expresivas de los otros. Quizás fue el afán de explorar nuevos territorios, de negarle límites a sus ansias creativas, y el desprejuicio de romper fronteras, lo que la llevó a sumar a su repertorio el trabajo con textiles, específicamente la técnica de patch work.
Alejandrina fue la pionera en dar a la técnica de parches la fisonomía particular que hoy la distingue en el territorio nacional de su práctica en el resto del mundo; consiguió imprimirle el valor estético propio de cualquier expresión artística hasta ubicarla en un plano superior. Esto fue posible gracias a estudios cursados en centros como la Escuela Provincial de Artes Plásticas de Matanzas, la Escuela Bauhaus de Diseño, Alemania, el curso de Especialización de Diseño en el Centro Científico para el Diseño V.T.K., Meissen, Alemania, y a la gran afinidad e infinito gozo que experimenta con el trabajo manual, por el hacer paciente y detallista que personaliza cada uno de sus pasos en el acto de la creación.
Los trabajos de parche de Alejandrina se inscriben dentro de la vertiente caracterizada por una impronta notablemente popular al construir sus imágenes mediante una iconografía eminentemente naif, por basar sus representaciones en escenas con cierto sentido narrativo y donde prima una elaboración de mayor espontaneidad. Modalidad mayormente practicada por los talleres que se imparten en diferentes casas de cultura.
Debemos especificar que la obra de Alejandrina Cué destaca dentro de tal grupo por el elevado valor estético que expresan, sobre todo las más recientes, ya que en un primer momento poseía mayores puntos de contacto con sus homólogas. Ello es debido fundamentalmente a la formación de la artista y a su gracia natural para conformar los trabajos, en comparación con la elaboración empírica que practican la mayoría de los creadores inscritos dentro de la vertiente señalada, aun cuando reciben en dichos talleres clases de diseño básico y apreciación de las artes plásticas. No poseemos imágenes que ilustren la primera etapa de su obra pero a través de su pieza Camino al cielo (acrílico/lienzo, 80x60cm) podemos precisar los rasgos esenciales que se repiten en sus tapices.
Estos nos revelan un lenguaje fresco, transparente, pueril, develado en la iconografía infantil. Todos los elementos están distribuidos equilibradamente en una composición que no por compensada deja de ser dinámica. Retrata un universo popular que refleja rituales cotidianos de un modo optimista, alegre, sencillo. Imágenes ingenuas captadas con riqueza de colorido, colores planos como lo es también el escenario. Alejandrina nos coloca ante una visión frontal en la que no asoma la mínima señal de volumen o perspectiva. Dichas características hacen evidente su carácter naif . Condición que posee a medias y que cuestiona la Dra. María Elena Jubrías en las siguientes palabras, referidas específicamente al lenguaje empleado por Alejandrina:
“(…) ¿El de Alejandrina es verdaderamente naif? La solidez de la estructura interna, el juego con las dimensiones de los elementos constitutivos de las obras, las audacias y riquezas de contrastes cromáticos y efectos texturales indican conocimiento, destreza en el diseño, mas, al igual que con los pintores de domingo, entramos en empatía, por la deliciosa ingenuidad y fantasía que se respira (…) “ 1
Coexisten en total armonía la ingenuidad característica del código naif y la solidez estructural con que construye la diseñadora, lo que condiciona un producto artístico de notable calidad.
Alejandrina elabora sus piezas con materiales de desecho, fundamentalmente retazos, lo que no quiere decir que descuide la selección de las telas. Estas, según nos cuenta, son escogidas rigurosamente, deben poder comunicar con su color y texturas sentimientos y sensaciones. Muestran color entero o diseños propios en dependencia del área que estén destinadas a cubrir. Abundan las de matices brillantes, especialmente el satín, y con frecuencia son teñidas.
Las costuras trascienden su neta funcionalidad, más allá de adherir los parches a la superficie, se imponen en vivo contraste bordeando cada uno de los fragmentos textiles. Se combinan varios tipos de éstas: simples, de ojal, y en forma de cruz, lo que las dota de mayor protagonismo. Llegan a alcanzar total independencia al dibujar íntegramente, prescindiendo del tejido, determinadas formas.
Los parches están colocados uno junto al otro, evitando cualquier superposición, y adoptan en una sola pieza la forma de las figuras representadas. De esta manera muestran la mínima fragmentación, aspecto que contribuye al logro de una imagen de total planimetría y mayor fortaleza visual. La mayoría de las obras de la artista están concebidas para ser montadas a modo de pinturas de caballete, es decir, escoltadas por marco y diafragma. Significativa es la inclusión de textos escritos con letra informal, en consonancia con el sentir o el sentido que se intenta trasmitir. En numerosas ocasiones consisten en poemas de la propia Alejandrina o de otros poetas, fragmentos de canciones o frases populares. La sumatoria de los elementos aquí relacionados confiere a cada composición un fuerte sentimiento de contemporaneidad.
Dentro de estos códigos se inscriben los tapices que realizara la autora durante la década de los años ochenta e inicios de los noventa. Son representaciones muy sencillas, pocos elementos integran la composición, parecen flotar sin más conexión entre ellos que la coherencia temática y formal con que han sido confeccionados. Las figuras no tienen que ser proporcionales entre sí, asumen una escala instintiva en correspondencia con las necesidades expresivas.
Perteneciente también a la década de los ochenta es la serie Personajes, de la que la artista conserva dos obras. Consisten en colgantes de tela de grandes dimensiones, aproximadamente 1,10m por 50cm, que se colocan en la pared por medio de un listón al que están sujetos en su parte superior. Sobre el soporte textil rectangular, ocupando casi toda su extensión, se ha adherido en cada caso un inmenso personaje, también de tela, cuyas largas piernas desbordan el formato que acoge tan solo el torso. Dichos textiles con frecuencia han sido teñidos, un método preferido en dicha época por la autora, de manera que los colores seleccionados para las áreas mencionadas, siempre en contraste con el fondo, muestran degradaciones del tono, lo que constituye un valioso recurso visual-pictórico enriquecedor de la imagen. En el rostro de uno de los dos ejemplares conservados por la creadora, además de los signos habituales: boca, nariz y ojos, Alejandrina ha cosido un paisaje. En las mejillas ha representado un sol, una luna, estrellas, lomas, palmas, y dos personajes que se dan la mano, como síntesis imbricadora del hombre y su entorno. He aquí uno de sus mensajes conceptuales.
Toda la figura está bordeada por costuras que asumen personalidad propia dibujando los límites con notable contraste, mostrando la exquisitez de su hechura que combina diversas maneras. En el torso éstas constituyen el dibujo de una línea en balance con el resto de los elementos allí presentes: un rojo corazón y, a su izquierda, un parche blanco en el que ha depositado un texto. Con letras informales ha plasmado: Hoy nuevamente converso con la soledad, le hablo de tu compañía, le cuento que ando por las calles llevando de mi mano tu recuerdo. Y es que cada personaje, como toda la obra de Alejandrina, está vinculado a algún sentimiento experimentado por la autora, está estrechamente asociado a sus vivencias; en el caso descrito es un ser enamorado el representado.
Una nueva etapa se va diferenciando progresivamente a lo largo de la década de los años noventa, la cual se muestra consolidada en su producción actual. Alejandrina mantiene el interés por abordar asuntos referentes a lo popular y al ser humano, ahora lo hace particularizando en fenómenos específicos como la condición de ser mujer, y el sentir y las preocupaciones del hombre común. Deja a un lado los paisajes, en los que dichos tópicos aparecían de manera panorámica, o los supedita a la caracterización de algún personaje.
En la serie Condenadas (parche/pintura) a través de la representación de mujeres crucificadas en primer plano, Alejandrina expone afinidades y ataduras de la sensibilidad femenina. El diafragma es decorado con una línea retorcida, hecha con acuarela. Manchas de pintura rodean al sol que se ha cosido en el extremo superior izquierdo de la pieza. Sobre el fondo de satín dorado está adherida, con puntadas simples, una cruz de encaje negro que provoca la simetría bilateral, sobre ésta se lee en un parche blanco: La condenada. Allí se ha crucificado a una muchacha de trapo. Sobresalen de la superficie el desorden de hilos que conforman su cabello, así como sus alhajas: pulsos y collares de diminutas y coloreadas cuentas. En el vestido destellan las lentejuelas que en el cielo simulan ser estrellas. Al pie de la imagen se han colocado, entre árboles y casas, puntadas de estambre que adoptan la forma del pasto. La totalidad deja ver un conjunto brillante, de intenso y variado colorido.
Entre la riqueza del decorado y la ingenuidad de la representación podemos leer una mirada compasiva hacia un personaje que nos recuerda una de las más lamentables problemáticas que hoy sufre el entorno social cubano: la prostitución. La visión que emite Alejandrina más que ser inquisitiva, expresa condolencia por un padecer que se oculta tras tanta exuberancia y algarabía. Nos invita a hurgar profundamente en las posibles causas de tales conductas, trascendiendo superficiales argumentos sobre el tema. Desde un discurso de género Alejandrina cuestiona un fenómeno de plena contemporaneidad.
Por la profusión de elementos incluidos en las composiciones; el empleo de implementos de gran sentido decorativo, tales como perlas diminutas, lentejuelas y canutillos; la preferencia por los tejidos lustrosos, de gran preciosismo, el satín, las cintas doradas y plateadas; y la ingenuidad iconográfica de los motivos elaborados, hay quienes cometen el error de relacionar la obra de Alejandrina con los presupuestos kitsh.
Más en la producción de esta autora no se sustituye la belleza por el brillo externo. Sus obras no persiguen el artificio desbordado que cree justificar la vacuidad expresiva, ni la fácil comercialización. Cada uno de los elementos seleccionados por la autora se suma no al efectismo complaciente, sino al carácter popular de sus representaciones, capaces de motivar reflexiones acerca de problemáticas que afectan a la gente común. La simulación y el juego de apariencias propios del kitsh no tienen cabida en las creaciones de Cué: allí todo es auténtico.
Sin descuidar la composición y la riqueza textural de la pieza, se aprecia una mayor conceptualización. Está latente la intención de comunicar, desde formas metafóricas, preocupaciones de índole social, o de desarrollar temáticas más intimistas en las que desborda fantasía, tal como si pretendiera dar cuerpo a un sueño o retratar el espíritu de algún conocido.
Una de las características esenciales de la etapa actual, ya ha sido sugerida en la descripción realizada, es el intercambio de recursos entre las obras pictóricas y los textiles. La creadora se sirve del pincel para manchar con acuarela los fondos de sus tapices, trazar líneas, y dibujar detalles en las figuras compuestas por parches. En lienzos como El ángel del cañaveral (técnica mixta, 60cm x 50cm) se puede observar el resultado del procedimiento a la inversa. Las cañas se componen de cilindros de tela rellenos, cosidos manualmente a la superficie. De igual forma se ha procedido con la figura del ángel. No debemos dejar pasar por alto la referencia que se hace en las obras al propio proceder del que nacen, lo que manifiesta la autoconciencia de su naturaleza. Ello a través de nudos, botones, agujas, pequeñas tijeras; nunca empleados como elementos extraños e injustificados dentro del conjunto.
Alejandrina ha encontrado en el tapiz de parches un medio propicio a su lenguaje detallista, íntimo. En el patch work halló el método ideal para asir con retazos y expresivas puntadas un mundo amable, un sueño que quiere compartir, sin la exclusión de la rigurosidad creativa.
Texto Alejandrina Cué edifica un sueño con retazos, de Saidirys Barrera Vázquez.
1 María Elena Jubrías. Alejandrina Cué. Reflexiones a propósito de su obra, en Revista Artecubano, La Habana, No 2, 1998, p.66.